VII

Regreso a mi mesa. A través del ventanal, por sobre los edificios, se ve un cielo limpio, bien celeste. Me dan ganas de estar al sol en una plaza. Estoy pensando eso cuando aparece Sosa y se sienta en mi mesa.

_Cómo andás? –pregunta apurado, a modo de saludo.

Su saco está arrugado, y su pelo algo despeinado; lleva la camisa abrochada hasta el último botón, pero no usa corbata; hay algo en esa ausencia que siempre me inquieta. Al sentarse en frente mío apoya un maletín de cuero en la silla vecina.

_Cómo andas? –repite

_ Bien –contesto.

La situación me sorprende; yo no soy amigo de Sosa, apenas intercambiamos saludos y no mucho más. Lo miro callado, casi cómo interrogándolo. Finalmente habla

_ Tengo un problema – dice. Luego mira hacia los costados, se inclina levemente hacia adelante, y bajando el tono de voz, susurra:

_ Necesito juntar una plata hoy… estoy vendiendo algunas cosas

_ No, disculpame…

Sosa da un golpe con el puño a la mesa

_ Pero si no sabes lo que te voy a ofrecer!

_ Es que no tengo efectivo –me excuso, y aparto la vista buscando a Chiquito.

_ No seas idiota! Dejame hablar por lo menos!

Lo miro a Sosa. Su mano derecha tiembla sobre la mesa; la mano izquierda la tiene apoyada sobre el maletín. Pasa la mano derecha por su cabello, luego se seca la transpiración en la frente, y sin mirarme dice

_ Disculpame.

Toma el maletín, abandona la mesa y se dirige al fondo del bar.

A los pocos minutos, un ruido tremendo, seco, metálico, me estremece. Un tiro, sé que es un tiro.

Chiquito me mira, y sale corriendo hacia el baño.

Yo me levanto, y me voy del bar.

 

 

 

 

 

 

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