V

Al salir del baño me detengo en el extremo de la barra, cerca de la bacha en la que está lavando Tucho.

_¿Cómo te fue ayer?

_Bien, bastante bien, llegué a las semifinales! – me contesta sin darse vuelta, mientras continua lavando-.

Tucho es bailarín de tango, es algo petiso el pibe, pero tiene un paso elegante y mucha actitud.

_ Perdimos contra Peralta y la rusita –agrega.

_Ahhh, y bue…  bailan bien…

_Sí, bailan bien –dice Tucho moviendo la cabeza.

Chiquito se acerca para escuchar la conversación; hay poca gente en el salón y está aburrido.

_El tema es que está muy fuerte la rusita… –continua Tucho con tono de justificación

_Es muy difícil así, se fue con un vestido rojo que era una locura, estaba en bolas casi…

Chiquito lo mira a Tucho que continua lavando de espaldas a nosotros, me mira, y sonríe.

_Bueno, Tucho, pero bailan bien –reitero.

_Sí, bailan bien –acepta-.

Tucho cierra la canilla, gira hacia nosotros, tomo un trapo y comienza a secarse los brazos.

_Pero no sabés cómo le miraban las tetas los jueces a la rusita!

Me río. Chiquito se ríe pero mira para otro lado.

_Pero no, en serio, vos te reís, pero es así – retoma Tucho indignado- es muy difícil competir contra eso, viste. Que se yo, yo voy con la Olga viste, que baila bien, porque baila bien la Olga –aclara- pero que va peinada con ese rodetito, y ese vestidito negro medio suelto, sin brillos, que no te dice nada… No le mueve un pelo a nadie la Olga así…

Chiquito se da vuelta  apoya una mano sobre la barra y con la otra señala al espejo que cuelga sobre la pared, a espaldas de  Tucho:

_¿Y, vos te viste bien?

La cara de Tucho acusa el golpe, pero atina a contestar

_Qué?

_Si te viste bien…petiso, te pregunto -repite Chiquito señalando el espejo- ¿quién te crees que sos?

_Qué te pasa? –pregunta descolocado Tucho, levantando un hombro.

_Pensas que sos mejor que Peralta vos? Vos bailas el tango mejor que Peralta?

Tucho lo mira dubitativo

_No

_Ah, y entonces? Qué? Perdiste por culpa de Olga?

Tucho baja la cabeza

_No dije eso…

_Sí, dijiste eso – retruca Chiquito.

Hay un silencio incómodo, y yo creo prudente permanecer callado.

_Quizás perdieron porque estabas más ocupado en mirar las tetas de la rusita que a tu compañera. ¿Sabés lo que tenés que  hacer vos? Practicar más, y hablar menos, eso tenés que hacer –le escupe Chiquito apuntándolo con un dedo a Tucho-. Practicar más. Menos billar y cartas por las noches, y más práctica.

_Criticar a Olga. Vergüenza debería darte ¿Qué clase de compañero sos? Tenés que bajar el copete, vos.

Tucho mira al piso con la cabeza gacha y los hombros encogidos. Me da un poco de pena el pibe.

_Ahora anda al depósito a ayudar a descargar los cajones.

Tucho se aleja en silencio hacia el fondo del local, rápidamente. Chiquito da media vuelta y apoya su espalda contra la barra. Yo lo imito.

Nos quedamos callados, supongo que pensando en lo ocurrido.

Finalmente me confieso

_ La verdad es que está fuerte la rusita…

_ Tremenda –contesta Chiquito sin mirarme, y luego estalla en carcajadas- Tremenda.

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

Al entrar al baño me encuentro con Luis sentado en su silla,  abrazado al palo del escurridor de pisos; mientras me mira entrar de reojo, da la última pitada al cigarrillo y luego lo arroja a un inodoro con notable puntería; luego lleva el brazo hacia la mesada y baja un poco el volumen de la radio.

_Buen día, Luis, cómo le va?

_Hola, acá andamos…

Cruzo el baño en dirección a la pared posterior, me ubico frente al último mingitorio y mis ojos buscan automáticamente el cielo raso.

_Qué hora será? Sabés? –escucho a mis espaldas.

_Cerca de las nueve, creo…

_Ahh, está bien… recién venis?

_Ajá…

_Y está lindo afuera?

Termino, me acomodo, y giro con las manos en alto, como si alguien estuviera apuntándome con un revólver.

Mientras camino al lavatorio le contesto

_Sí, está lindo Luis –tomo algo de jabón y comienzo a lavarme las manos. Lo miro a través del espejo y lo veo con el ceño fruncido; tiene la mirada oscura, y un mal semblante.

Me alcanza un papel para secarme las manos como un autómata

_Me acompañasa fumar un pucho? –lo invito señalando la puerta con mi cabeza

_No – dejame- no quiero ver a nadie

_Es que no hay nadie, Luis, estoy yo, y Chiquito en la barra…

_No, dejame tranquilo, no quiero ver gente.

Hago un bollo con el papel húmedo y lo arrojo al tacho de basura, pero pega en el borde y cae al piso.

_Ja! –exclama Luis y se reacomoda en la silla – levantalo, eh!- agrega.

Me acerco al tacho de basura, tomo el papel, y lo dejo caer en el cesto.

_Dele, vamos a fumar un cigarrillo!

_Dejame, no me rompas vos también – y su brazo se acerca  nuevamente a la radio ahora para subir el volumen.

Camino hacia la puerta y al salir suelto

_Viejo puto…

La puerta se cierra a mis espaldas, pero alcanzo a escuchar su respuesta

_Mirá que te escuché pendejo de mierda!

Me río.

Todos los días la misma historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

Dejo el periódico sobre la mesa vecina, y me dispongo a terminar mi café con leche cuando veo que una niña se acerca a mi mesa. Debe tener ocho o nueve años, viste de forma humilde y lleva un peinado prolijo. Se aproxima cautelosamente, pidiendo permiso con la mirada.

_Me compra unas curitas, señor?

La miro y rechazo la oferta con una sonrisa.

_Sepa, señor, que estas curitas son especiales…- dice levantando levemente las cejas al tiempo que apoya la cajita azul sobre la mesa.

Lo afirma con inocencia, pero convencida.

Desde la barra, Chiquito observa la escena con algo de desconfianza.

_Si? Qué tienen de especiales estas curitas? –pregunto divertido.

La niña abre bien los ojos, y levantando sus cejas un poco más, me explica:

_Son curitas para adentro –dice, y  con un dedo señala su pecho- entiende?

Sonrío y asiento.

Le hago una seña a Chiquito, y le pido a la niña que se siente en la mesa de al lado mientras pienso. Tomo la cajita, la abro y se asoman unas cintas de papel.

Chiquito se acerca y deja una taza de café con leche y dos medias lunas en la mesa que ocupa la niña.

Tomo uno de los papelitos y lo saco de la cajita; lleva escrita una leyenda temblorosa en letras manuscritas.   Lo leo, y luego lo guardo en mi libreta. La niña sonríe

_La va a comprar?

_Sí – respondo-  quién las hace?

_Las escribe mi papá –afirma orgullosa-. Hay para distintas heridas dice siempre él…

_Ah, que bien

_El precio es a voluntad…

Tomo un billete y lo dejo sobre su mesa.

Me pongo de pie, le acaricio levemente la cabeza a modo de saludo y comienzo a caminar hacia el baño.

 

 

 

II

Repaso las páginas de Policiales, y no encuentro nada que me llame la atención; salteo la sección de Deportes y antes de leer los chistes de la contratapa me detengo en los resultados de la Lotería. 1969, a la cabeza.

_Otra vez –pienso.

Busco mi libreta, recorro algunas páginas, y allí está, diez días atrás el 1969 salió premiado en la Nacional. Lo recordaba bien porque ese sorteo coincidió con el aniversario de la llegada del hombre a la Luna, el 21 de Julio de 1969.  Esa casualidad -que como era de esperarse, pasó desapercibida por los medios- no sólo me extrañó, sino que tuvo el maravilloso efecto de recordarme el comienzo de El palacio de la Luna:

“Fue el  verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos posible y luego ver qué me sucedía cuando llegara allí. Tal y como salieron las cosas, casi no lo consigo.”

He leído pocas novelas con un comienzo tan perfecto; y he querido a muy pocos personajes tanto como a Marco Fogg.

El 1969 de hoy trajo al 1969 de diez días atrás que me remontó a ese comienzo perfecto de una historia perfecta.

Abro la libreta, coloco la fecha, y escribo: Hoy gané la Lotería.

I

El sol todavía no calienta las calles cuando yo entro al bar y me ubico en la mesa cercana a la ventana. Mientras espero que Chiquito me acerqué el café y el diario, escribo mi último sueño en la libreta negra que me regaló Damián hace muchos años

_ Para que anotes todo

Estamos en un recital, nos abrimos paso entre la gente y buscamos acercarnos al escenario. Ella lleva una musculosa blanca y una sonrisa amplia. En el escenario toca Artic Monkeys o alguna banda así. Ella salta y mueve su cabeza, en un momento me mira y dice:

_ Me copa!

Ella está feliz, yo también.

En mi sueño, yo sé que eso un sueño –escribo-. Cierro la nota, y cierro la libreta.

Chiquito se acerca con la taza humeante y el diario, yo guardo la libreta en el bolsillo de mi saco.

_ Me tenés podrido con esa libreta

_ Buen día para vos también –contesto al tiempo que tomo el diario y lo abro sobre la mesa. Chiquito vuelve al mostrador, y yo me quedo sólo con mi café y las noticias de ayer.