III

Dejo el periódico sobre la mesa vecina, y me dispongo a terminar mi café con leche cuando veo que una niña se acerca a mi mesa. Debe tener ocho o nueve años, viste de forma humilde y lleva un peinado prolijo. Se aproxima cautelosamente, pidiendo permiso con la mirada.

_Me compra unas curitas, señor?

La miro y rechazo la oferta con una sonrisa.

_Sepa, señor, que estas curitas son especiales…- dice levantando levemente las cejas al tiempo que apoya la cajita azul sobre la mesa.

Lo afirma con inocencia, pero convencida.

Desde la barra, Chiquito observa la escena con algo de desconfianza.

_Si? Qué tienen de especiales estas curitas? –pregunto divertido.

La niña abre bien los ojos, y levantando sus cejas un poco más, me explica:

_Son curitas para adentro –dice, y  con un dedo señala su pecho- entiende?

Sonrío y asiento.

Le hago una seña a Chiquito, y le pido a la niña que se siente en la mesa de al lado mientras pienso. Tomo la cajita, la abro y se asoman unas cintas de papel.

Chiquito se acerca y deja una taza de café con leche y dos medias lunas en la mesa que ocupa la niña.

Tomo uno de los papelitos y lo saco de la cajita; lleva escrita una leyenda temblorosa en letras manuscritas.   Lo leo, y luego lo guardo en mi libreta. La niña sonríe

_La va a comprar?

_Sí – respondo-  quién las hace?

_Las escribe mi papá –afirma orgullosa-. Hay para distintas heridas dice siempre él…

_Ah, que bien

_El precio es a voluntad…

Tomo un billete y lo dejo sobre su mesa.

Me pongo de pie, le acaricio levemente la cabeza a modo de saludo y comienzo a caminar hacia el baño.

 

 

 

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